jueves

Alan Sokal y Jean Bricmont, "Imposturas Intelectuales"


Título original: Intellectual impostures.

Publicado en inglés (1998) por Profile Books, Londres.

Editado en castellano por Paidós Ediciones (1999).

315 páginas.

*****

A continuación transcribo la primera parte de la Introducción, que arranca con un texto de Stanislav Andreski:


Mientras la autoridad inspira un temor respetuoso, la confusión y lo absurdo
potencian las tendencias conservadoras de la sociedad. En primer lugar,
porque el pensamiento claro y lógico comporta un incremento de los conocimientos
(la evolución de las ciencias naturales constituye el mejor ejemplo)
y, tarde o temprano, el avance del saber acaba minando el orden tradicional.
La confusión de ideas, en cambio, no lleva a ninguna parte y se puede mantener
indefinidamente sin causar el menor impacto en el mundo.
STANISLAV ANDRESKI, Social Sciencies as Sorcery,
1972, pág. 90.


El origen de este libro estuvo en una broma. Desde hace años, estamos
asombrados e inquietos por la evolución intelectual que han experimentado
ciertos medios académicos norteamericanos. Al parecer,
amplios sectores pertenecientes al ámbito de las humanidades y de las
ciencias sociales han adoptado una filosofía que llamaremos -a falta de
un término mejor- «posmodernismo», una corriente intelectual caracterizada
por el rechazo más o menos explícito de la tradición racionalista
de la Ilustración, por elaboraciones teóricas desconectadas de
cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural
que considera que la ciencia no es nada más que una «narración», un
«mito» o una construcción social.


En respuesta a este fenómeno, uno de nosotros, concretamente
Sokal, decidió emprender un experimento no ortodoxo (y, forzoso es
admitirlo, no controlado). Consistía en presentar una parodia del tipo
de trabajo que ha venido proliferando en los últimos años a una
revista cultural norteamericana de moda, Social Text, para ver si aceptaban
su publicación. El artículo, titulado «Transgredir las fronteras:
hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuánti
ca»,1 estaba plagado de absurdos, adolecía de una absoluta falta de lógica
y, por si fuera poco, postulaba un relativismo cognitivo extremo: empezaba
ridiculizando el «dogma», ya superado, según el cual «existe un
mundo exterior, cuyas propiedades son independientes de cualquier ser
humano individual e incluso de la humanidad en su conjunto», para proclamar
de modo categórico que «la "realidad" física, al igual que la "realidad"
social, es en el fondo una construcción lingüística y social». Acto
seguido, mediante una serie de saltos lógicos desconcertantes, llegaba a la
conclusión de que «la n de Euclides y la G de Newton, que antiguamente
se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable
historicidad». El resto del texto era del mismo tono.


Pese a todo, el artículo fue aceptado y publicado. Pero eso no fue lo
peor, sino que además se insertó en un número especial de Social Text dedicado
a rebatir las críticas vertidas por distinguidos científicos contra el
posmodernismo y el constructivismo social.2 Difícilmente podrían encontrar
los editores de Social Text una forma más radical de tirar piedras
sobre su propio tejado.
Poco después, el mismo Sokal se encargó de desvelar la broma, suscitando
un gran escándalo tanto en la prensa popular como en las publicaciones
académicas.3 Han sido muchos los investigadores en el campo
de las humanidades y las ciencias sociales que han escrito a Sokal, en tono
a veces muy emotivo, para darle las gracias por su iniciativa y expresar
también su rechazo de las tendencias posmodernas y relativistas que
invaden sus respectivas disciplinas. Así, por ejemplo, un estudiante que
se había pagado los estudios tenía la impresión de haber gastado el dinero
en la compra de los hábitos de un emperador que, tal y como sucedía
en la fábula, estaba desnudo. Otro decía que tanto sus compañeros como
él estaban encantados con la parodia, pero pedía que no se revelara su
identidad porque, aunque le gustaría ayudar a cambiar su disciplina, no
podría hacerlo hasta que no hubiese conseguido un empleo fijo.


Pero, ¿por qué tanto ruido? Pese al escándalo en la prensa, el mero
hecho de que la parodia se publicase no demuestra gran cosa; como máximo,
pone en evidencia los estándares intelectuales de una publicación
de moda. Lo verdaderamente revelador era el contenido de la parodia.4 Si
se analiza con mayor profundidad, se observa que se construyó a partir
de citas de eminentes intelectuales franceses y norteamericanos sobre las
presuntas implicaciones filosóficas y sociales de las ciencias naturales y
de las matemáticas; citas absurdas o carentes de sentido, pero que, no
obstante, eran auténticas. En realidad, el artículo de Sokal no es más que
una «argamasa» -de «lógica» intencionadamente fantasiosa- que «pega»
unas citas con otras. Los autores en cuestión forman un verdadero panteón
de la «teoría francesa» contemporánea: Gilíes Deleuze, Jacques Derrida,
Félix Guattari, Luce Irigaray, Jacques Lacan, Bruno Latour, Jean-
François Lyotard, Michel Serres y Paul Virilio.

1. Reproducimos este artículo, debidamente traducido al castellano, en el Apéndice A, seguido
de un breve comentario en el Apéndice B.
2. Entre estas críticas, véanse por ejemplo Holton (1993), Gross y Levitt (1994), y Gross, Levitt
y Lewis (1996). El número especial de Social Text iba presentado por Ross (1996). La parodia está
en Sokal (1996a). Las motivaciones de la parodia se exponen con más detalle en Sokal (1996c),
que reproducimos en el Apéndice C, y en Sokal (1997a). Para algunas críticas anteriores del posmodernismo
y el constructivismo social desde una perspectiva política algo diferente -a las que, sin embargo,
no se hacía referencia en el número de Social Text- véanse, por ejemplo, Albert (1992-1993),
Chomsky (1992-1993) y Ehrenreich (1992-1993).
3. La broma fue revelada en Sokal (1996b). El escándalo apareció (para nuestra gran sorpresa)
en la portada del New York Times (Scott, 1996), del International Herald Tnbune (Landsberg, 1996),
del Observer de Londres (Ferguson, 1996), de Le Monde (Weill, 1996), y en muchos otros diarios importantes.
Entre las reacciones véanse en particular los análisis de Frank (1996), Pollitt (1996),4. Si se desea una exposición más detallada, véase Sokal (1998).

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